Entre los alicientes de esa elegante novela
de FRITZ LEIBER destaco la “tarjeta de visita” que la editorial de GASPARD DE
LA NUIT (pseudónimo) mostraba en la contraportada de sus vistosos relatos. Pura
falsedad, porque, como a sus compañeros inmersos en todo a lo que huela a
tinta, le confeccionaron un historial aparatoso, teatral, para darle un aire quijotesco
de vuestro hombre misterioso que prenda
la imaginación de sus lectores.
Así, al anodino escritor lo definen con los
altisonantes y rimbombantes adjetivos:
“Entendido
empedernido en piedras extrañas, este actor gótico [creo que esto es uno de
los regalos autobiográficos de Leiber
al inexistente sujeto], ha practicado el
ocultismo, la jardinería, la momificación, la investigación privada y pilotado triplanos
Fokker. De natural inquieto, entre
sus oficios cuenta el abrillantar zapatos de hierro u hornear galletas de acero
con bombones. Mordido por el dingo literario, se estrenó con El Abominable Azafrán, que publicado rápidamente por la intergaláctica independiente
Mulholland Falls of Niagara, le decidió
a escribir narraciones como: Nueve gatos negros muermos, El Travesti Descalzo, o Transeúntes del Mico Teórico. Este verdadero apasionado del mundo de las
letras, hizo estos años su nombre común a decenas de proyectos literarios interplanetarios.
Prepara ahora su próximo bestseller: El
Persona de Esparto, situada en Edimburgo”.
[Incluían una foto del menda, fumando en un balcón (!), todo revestido de
gótico atuendo escocés manchado de cacao. —Habría que verlo—.]
¡Pero si sólo le faltaba haber hallado el
Arca Perdida, junto a su padrastro, camino de la Atlántida, armado con la
recortada del 12 del cuñado! ¡Cómo reí al leer tamaño párrafo! Vaya que sí. ¡Qué
desvaríos! Empero, forman parte del engaño que algunas editoriales arreglan en
torno a escritores ‘sombra’, o ridículo personajillo inseguro, insignificante, de
autoestima mínima-nimia, que, habiendo tenido una (mas peregrina) idea, organizan
ese circo virtual mediático en versión pop-up
para engrandecerle e hincharle el ego.
Si Leiber lo apunta, será porque ya
existían identidades tan nulas en su tiempo, pareciéndole bueno denunciarlo,
imagino que por su amor propio de buen escritor herido, al ver cómo fraudes colosales
merecían tan caros aunque fatuos elogios…