JULIO CORTÁZAR define a EDGAR ALLAN POE
como un hombre orgulloso. Empero orgulloso porque era en esencia débil. Esa
actitud era, más que un arma, un escudo para defenderse. No sé cuánto de íntima
cobardía podría tener esa debilidad. De algo que sí estoy seguro es que Poe
poseía bastante coraje como para arrostrar sus problemas él solo.
No pediría a putas y bujarrones dirimieran
sus asuntos, exigiendo acosaran y amenazaran por él. Atacaran a quienes, antaño,
fueron extraordinariamente compasivos y generosos con él, al extremo de prestarle
dinero, que jamás devolvió. Esa sería conducta digna de un cobarde hijoputa. Poe
era demasiado hombre, persona, tanto
por el ambiente de aristocracia donde se había criado, como por su propia
autoestima, como para proceder tan pávida e ingratamente.
Mas podríamos imaginar al orgulloso
supercagón como una suerte de sabandija que reptara por los más repugnantes caminos
atribuyéndose, por hambre voraz de mimos y lisonjas, enfermedades de “hombre
misterioso”. O absurdas bastardías que lo abruman al punto de tener ideas
suicidas. Efectuando desesperadas huidas al cortijo materno, ¡pobre niñito
cobarde!, para sanar su frágil ánimo, el que luego insta implacable al ODIO a
putas y bujarrones (con quienes debe sostener comercio carnal). Se me antoja
como una pálida damisela desmayada por los lirismos de GUSTAVO ADELFOS BÉCQUER.
Orgullo: otro nombre de la ingratitud y la
cobardía. Poe, consciente del bien que recibía, procuraba retribuirlo tanto
como fuera posible. Con noble lealtad. No como ese supercobarde orgulloso del
paradigma, que lloriquearía a putas y bujarrones. ¿Merece alguna piedad tamaña
escoria? Ninguna.
Al intentar sin embargo emular a Poe, en su
vertiente de fantasear sobre sus orígenes para disimular su humilde cuna, o
hacerse el “poeta trágico misterioso” que empapelara armarios con supuestas estrofas,
se insulta la memoria de un gran hombre que pecaba de imaginativo, mas sin
malicia. El del ejemplo está por debajo incluso de la mierda.