Del lápiz a la tinta; así quedó el resultado final |
Hace poco mostré parte de una plancha con esta inconfundible superheroína dibujada
a lápiz; así quedó tras inmortalizarla en tinta.
Según emprendía el proceso, recordaba unos relatos
de SHERLOCK HOLMES (sin duda, observaciones hechas tanto al paradigma de su
época como de ciertos sujetos, no únicos en la Historia), ese personaje pulp encumbrado a Alta Literatura por
los procesos caprichosos de algunos críticos (auxiliados por la esmerada prosa
de SIR ARTHUR CONAN DOYLE) donde detestaba, con harto desprecio, a los
poetastros.
Ya saben: tipos endiosados por su fatua
impresión de “tener talento”, de estar “bendecido por las Musas” (o la correspondiente),
y de que, para demostrar su histérica condición de putoetastro, se distingue
del populux (y profesionales literarios en general) por su vida basada en el
embuste, el pordiosear lástima, recabar incesante atención de terceros (como el
de damiselas cuyo seso es menor al de acémilas de cortísimas entendederas, bobas
que empero anhelan leer cada cochina estrofa que “componen” esos inútiles vagos
vividores), “estimular” su creatividad consumiendo drogas y, lo más patético:
inventarse un CV torturado por una presunta infancia violada, resaltando un
expediente médico que debería contar con la socorrida tuberculosis, lo suyo cuando
POE o BYRON; ahora, sin embargo, mola el Asperger contagiado por poderes, habiendo
sufrido el poetastro un calvario en un centro médico (inexistente) especializado
en esta enfermedad.
Aflicción absolutamente inventada; mas
necesaria para que este vampiro anímico se rodee de papanatas que forman
círculo de mimados semejantes al poetastro; y, cuando se reúnen, libando
absenta, comparten sus poemas, haciendo despliegue de despreciable arrogancia y
mediocridad que les otorga aun así aire del estúpido sibaritismo “propio” de su
condición de sublimes artistas incomprendidos; sujetos que consuelen su
delicada alma amariconada acosada por los espectros del pasado del poetastro, donde
ese amor que terminó coronándolo con buenos pitones tiene puesto preeminente en
sus dolores (otro estigma que aumenta el cariño de las damiselas-acémilas por
él).
Esos cuentos vapulean la acartonada figura poetástrica. Conan Doyle le describe como despilfarrador, borracho vago que, cuan parásito, drena del entorno tanto dinero como afecto, pues, de faltarle, aquejado de acosos varios, el poetastro deberá asilarse en la finca familiar, donde el gran trágico podría consumar el lírico suicidio… ¡Es tan delicado…!