Primero pensé era una sátira de Vox. Pues no: va en serio. Y lo que de verdad ofende es que esta basura la está subvencionando nuestros impuestos |
La imagen per se lo cuenta todo. Sólo hay que leerlo con suficiente detalle.
Sin embargo voy a extenderme un poco para
hacer reflexionar al lector, si a bien tiene. Es tradicional asignar al clero establecer
el orden a la moralidad y el recato; el exigir a la mujer alargue la longitud
de la falda y vigile el descaro del escote. Y, luego, asignarla su lugar en el
hogar: ama de casa, madre, soporte anímico/sexual del cabeza de familia.
Tras descubrir que no había ni tanto diablo
ni pecado en la generosa exposición de la carne, y más si es de espectacular guayaba
(no veas cómo lucen algunas por las calles), todo eso fue cayendo en desuso por
tontería singular-secular. Empero ha quedado esta impronta, en el colectivo,
del cura como censor-administrador de moral.
Y ¿qué predica el cartel feminista (radical)?
LIMITACIONES y PROHIBICIONES (porque esa es la auténtica esencia del pasquín: PROHIBIR)
que ninguno de esos curas exaltados llegó nunca a predicar. (Habría que
retroceder quizás siglos para hallar uno.)
Este femifascismo incrustado en mala hora en
nuestro “Gobierno” no defiende la expresión de persona que puede hacer una
sombra de ojos, una laca de uñas o el favorito: unos tacones altos. Quiere una
masa anónima de campesinas analfabetas (no os preocupéis: las femirulas y sus
peleles piensan por vosotras) desarregladas y desgreñadas que no contengan
partícula mínima-nimia de individualidad.
El 8M puede haberse instituido con un sentido de elemental justicia. Hoy, y como este cartel demuestra, para lo único que sirve es para demostrar hasta dónde la progresía puede emporcar toda causa, malformándola, volviéndola aberrante y aun enemiga del más elemental sentido común.