El productor me miró de reojo durante un
instante (mirada llena de perplejas palabras) y, disimuladamente, enarqué las
cejas dándole a entender “esto es lo que hay”. (Que también valía por: lo
encuentro tan pueril y abominable como tú. Empero estamos ante una imaginación
tan mínima-nimia como ridícula. ¿Qué esperabas?)
Acabó la reunión con un productor que no disimuló
su desinterés por “el proyecto”; pasaron los meses sin tener su respuesta.
Volví, esta vez solo, a la productora para entregar CV (era lo que había estado
haciendo entre tanto aguantaba grandilocuentes carajotadas de un flatulento con
ínfulas “artísticas”: aprender cómo presentar proyectos, conseguir direcciones,
contactos) y tantear la posibilidad de venderles mis proyectos; saliendo, me encontré
con el productor. Me recordaba por aquél breve/revelador intercambio de significativas
miradas.
Me interesé por el estado del proyecto.
Tipo un tanto áspero, empero directo, cercenó la cuestión con cuatro palabras (bueno:
muchas más).
—Me desagradó desde el título, cuya ambigüedad
pornográfica —pues aludía a una postura sexual numeral— podía dar problemas de
distribución, y no te digo, de ventas, por mucho dibujito animado mudo que
fuese. Luego, el guión era inconsistente. Tenía fallos por todos lados —fue
entonces abrupto—: una porquería. Y lo de los monstruos, el tragaldabas…
¡vamos, por Dios! —gesto de asco mal disimulado.
Lo entendí. Estaba ante un monstruo de la
producción, con experiencia y años de trajín. Nadan tiburones de acero, ¡MÁS
ACERO! en el negocio del cine, que husmean a años luz las flatosas porquerías
pretenciosas copiadas en las inconsistencias narcóticas de BANKSHI y su
cuernoscopio de los cojones. El productor, lanzado, sentenció:
—No me gustó nada que el guionista, cuando
le pregunté qué proyección tendría “su película”, no contestase. Quedara
callado. No lo defendiese. Mira —sesgo paternalista—, ese corto no tiene
salida. No tiene continuidad. Tiene un público escaso y dudoso. Es un capricho
que nadie va a financiar.
Y así fue. Así ha sido. Mientras, dale que
te pego a la importancia del cuernoscopio, como si eso, por sí, pudiese salvar
lo insalvable. Tiburones de acero, ¡MÁS ACERO! Olisqueando los beneficios desde
lejos. Allí, no los había. Saqué otra valiosa lección de este encuentro.