sábado, 8 de agosto de 2020

EL TRAGALDABAS — VERÍDICO

—El Tragaldabas.

El productor me miró de reojo durante un instante (mirada llena de perplejas palabras) y, disimuladamente, enarqué las cejas dándole a entender “esto es lo que hay”. (Que también valía por: lo encuentro tan pueril y abominable como tú. Empero estamos ante una imaginación tan mínima-nimia como ridícula. ¿Qué esperabas?)

Acabó la reunión con un productor que no disimuló su desinterés por “el proyecto”; pasaron los meses sin tener su respuesta. Volví, esta vez solo, a la productora para entregar CV (era lo que había estado haciendo entre tanto aguantaba grandilocuentes carajotadas de un flatulento con ínfulas “artísticas”: aprender cómo presentar proyectos, conseguir direcciones, contactos) y tantear la posibilidad de venderles mis proyectos; saliendo, me encontré con el productor. Me recordaba por aquél breve/revelador intercambio de significativas miradas.

Me interesé por el estado del proyecto. Tipo un tanto áspero, empero directo, cercenó la cuestión con cuatro palabras (bueno: muchas más).

—Me desagradó desde el título, cuya ambigüedad pornográfica —pues aludía a una postura sexual numeral— podía dar problemas de distribución, y no te digo, de ventas, por mucho dibujito animado mudo que fuese. Luego, el guión era inconsistente. Tenía fallos por todos lados —fue entonces abrupto—: una porquería. Y lo de los monstruos, el tragaldabas… ¡vamos, por Dios! —gesto de asco mal disimulado.

Lo entendí. Estaba ante un monstruo de la producción, con experiencia y años de trajín. Nadan tiburones de acero, ¡MÁS ACERO! en el negocio del cine, que husmean a años luz las flatosas porquerías pretenciosas copiadas en las inconsistencias narcóticas de BANKSHI y su cuernoscopio de los cojones. El productor, lanzado, sentenció:

—No me gustó nada que el guionista, cuando le pregunté qué proyección tendría “su película”, no contestase. Quedara callado. No lo defendiese. Mira —sesgo paternalista—, ese corto no tiene salida. No tiene continuidad. Tiene un público escaso y dudoso. Es un capricho que nadie va a financiar.

Y así fue. Así ha sido. Mientras, dale que te pego a la importancia del cuernoscopio, como si eso, por sí, pudiese salvar lo insalvable. Tiburones de acero, ¡MÁS ACERO! Olisqueando los beneficios desde lejos. Allí, no los había. Saqué otra valiosa lección de este encuentro.