No había píxeles en aquella época; la TV
tenía sólo dos canales, a B/N. Cortaban a las tres de la tarde hasta las seis,
cuando empezaba un programa infantil con dibujos animados. A veces, de Europa
del Este. Muy distintos de la locura dinámica de El CORRECAMINOS y EL COYOTE.
Eran animaciones grises, planas, extrañas, con algún mensaje que los hacía
aburridos, no crípticos.
Entonces, la imaginación tenía más valor y fuerza
que los píxeles. De hecho, los píxeles que hoy las nuevas generaciones
disfrutan surgen de esa época, pues el músculo de la imaginación estaba más desarrollado.
Vivía con muy poco, encima. La ficción de hoy es un depurado de ese tiempo. No
sé qué ocurrirá cuando los que aún creamos en base a esos limitados recursos faltemos.
¿Tienen las nuevas generaciones la potencia? ¿Nos rebasará? ¿Se anquilosará?
Ya he escrito sobre la influencia de las
portadas de LÓPEZ ESPÍ en el pasado, con afecto. Eran el color de nuestros
dibujos y la fuente de alimentación de nuestra imaginación. Nos dio acceso a un
Universo (MARVEL) porque lo primero
que ves de algo impreso es su cubierta. En esos años, donde los títulos del TBO,
por respetables que fuesen, tenían un aire harapiento y añejo, parecía no
podían competir con nombres tan emocionantes como LOS VENGADORES, LOS 4 FANTÁSTICOS,
EL HOMBRE DE HIERRO, SPIDER-MAN. ¿Qué es eso, QUÉ ES ESTO?,
gritaba nuestra infantil imaginación sobreexcitada.
Una legión de niños y jóvenes se lanzó a
calcar esas portadas porque despedían una fuerza y una corriente de imaginación
(es la palabra clave) que permitía soñar con lo que hoy disfrutamos. Quizás no
sea exacto, empero sí muy aproximado.
Fue un momento fantástico. La maravilla, la
ingenuidad y la imaginación colisionaros. Se fusionaron. Originaron a los actuales
creadores de mitos de la historieta, en alguna vertiente. Puede que no a todos;
algunos abandonaron. Otros, seguimos en la brecha. Recordando, no obstante, la
deuda adquirida con aquellas increíbles figuras y la acuarela de López Espí que
los coloreaba.