Afiche de una película que, a sabiendas embustero que es el cine, permitía sospechar que la relación de ambos oponentes musicales ni pudo existir, o ser real. Más: ellos ni conocerse jamás |
Hace años escribí una reseña sobre la película
de MILOS FORMAN, tan ¡aclamada! en su tiempo. Aún sigue defendiéndose. Lo
importante del comentario desarrollaba el que ANTONIO SALIERI, compositor de notable
éxito y trascendencia en la Viena de finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX, volvía empero a la actualidad gracias al “biopic” que rodaban sobre su “competidor” más directo: MOZART.
Era curioso, acaso aun justicia poética, o
kármica, que seas recordado no por tus propios logros, sino por aquél al que hiciste
tu enemigo. En algunos casos (no Salieri), tus méritos son una puñetera mierda
que han tenido la (des)gracia de parecer wunderbar!
a un puñado de mediocres bujarrones y tusonas “poéticas”. Cuando pase el
tiempo, te olvidarán (ineludible destino final de todos los flojos pomposos)
hasta que, reseñando sobre tu enemigo, rescaten tu nombre del pestilente fango donde
cayó. (¡Y sólo para demostrar qué nulidad eras; que un capricho veleidoso hizo
se interesaran por ti!)
Siendo el cine, el parásito real, como es,
por mor de la taquilla y el espectáculo, se podría imaginar que ni Mozart ni
Salieri hubiesen coincidido, en la realidad. Conocerse sólo mediante su música.
Que para el filme recrearon esa “fantasiosa” amistad. La verdad es que tenían una
aparente fluente relación cordial y convivieron, al menos, con otro potente
genio musical contemporáneo: BEETHOVEN. (El cual escribe algo así como que
Salieri está cada vez peor —atacado de senectud—, acusándose de haber envenenado
a Mozart —la clave de la famosa cinta aludida—.)
Mas sigue siendo el concepto de aquella reseña válido: qué patético es, sobre todo para un ego de desmedido orgullo, que no te recuerden por tu trabajo, sino por los méritos de tu enemigo, colosales en comparación con tu mínima-nimia producción de mierda.