Si no basta con el argumento, probaré a conquistar vuestro interés mediante el dibujo. |
Pienso aprovechar que, de momento, esta
semana no ha fallecido ningún reputado autor (toquemos madera) para actualizar
con una estrada propia de este blog. En ocasiones pasadas he confesado mi admiración
por el pulcro entintado (a pincel, que tiene mérito) de JOE SINNOT; he
procurado, si no imitarle, desarrollar los aspectos que podían resaltar su
trabajo del de otros entintadores. Aquello que te agrada, a lo que ves calidad,
que percibes se perpetuará, procuras homenajearlo trasladándolo, con respetuoso
reconocimiento, a tu trabajo.
Incido en el entintado tradicional (el
citado a pincel) porque es como un combate entre las vicisitudes anejas al
dibujo y tu habilidad para embellecerlo. Es imponer tu voluntad, tu carácter,
tu talento/habilidad, con una herramienta que hoy consideran arcaica, desusada,
inútil, a cualquier inconveniente, dejándole tu huella.
Es cuestión de honra, amor propio. Reto. De
preguntarse: ¿seré capaz? ¿Podré? Pones empeño. Constante. Y, cuando menos lo
esperas… voilà! ¡Logrado! ¡Hecho! Reposa
tu espíritu al ver que sí has tenido suficiente, o más, disciplina para superar
el desafío. Una invitación a que puedes sobresalir más. Al extremo… de que
otros imiten tu trazo.
Hoy, con los cincuenta mil programas
computarizados artísticos existentes, los profesionales del medio (o que
pretenden serlo) se limitan a presionar botones y mover el ratón y click, que
el programa ya labora cuanto tu autoestima antes te imponía hacer. Más limpio,
dicen, es. También: más trabajoso.
Sigo considerándolo producción en serie mecanizada, como dónuts. Ya no es labor de artistas, sí de programadores. Dejan sea la máquina la que trabaje. Así, lo que consiguen es una producción automática sin alma, porque el artesano deja una pista de su espíritu en la obra acabada. La máquina: sólo su estéril eficiencia.