Tardo casi una semana en acabar una pintura. Ésta no tanto, sólo ayer sábado. Pero, por lo común, se trata de hacer los bosquejos (algunos de los cuales están apareciendo aquí poco a poco, planteamientos que o se descartan o se potencian; este trabajo es así), luego volcarlos al formato adecuado, el entintado (que lleva un día, pues la tinta china permanente es traicionera, y podría darte la desagradable sorpresa de empezar a disolverse, manchándolo todo de gris) y paso a la auténtica labor, aplicar el color.
Empleo acuarela, guache y acrílico en obsesivas capas. (Aún nada de Photoshop.) Pensad que soy autodidacta, como con la escritura, y eso me ha proporcionado un genio (tipo ‘soberbia’, no inteligencia) singular que puede adolecer de base académica pero no fuerza, e independencia, que creo se refleja en la intensidad de los colores. Una larga estela de fracasos jalona mi esfuerzo por aprehender la técnica. Esta es la pega.
Acaso tantos sinsabores los suavice algo que me comentaron en una de las empresas de publicidad donde solicité empleo: hay en esta técnica mía cierto rasgo distintivo único. Vaya, ¡primer escalón hacia la notoriedad, subido! Mas ¡cuántos quedan aún!
[PS.- Los fans de la Bendita BIANCA BEAUCHAMP (¡aclamad a la diosa!) captaréis al instante la intención del dibujo.]
Vuestro Scriptor.
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