domingo, 27 de enero de 2013

BOOKS


Creo que persiste lo de comprar libros por metros, o peso. Lujosas ediciones con las que deslumbrar a las amistades (costumbre de nuevos ricos es) y así simular una cultura que, interiormente, se detesta. Uf: tantas letras, montones de páginas encuadernadas con primor, y filos de oro. Cortantes. Qué va. Podría darme tétanos.

El libro es algo extraño. Transmisor de ideas, pensamientos, experiencias, ocio, aun “nos habla” de y desde épocas realmente remotas. Y pienso que no importa tanto el continente como el contenido, que debe reclamar nuestra atención: hemos de asimilar, comprender, meditar, lo leído, y para eso vale una competente edición modesta incluso. Y, últimamente, publican económicas ediciones de bolsillo que no tienen nada que envidiar a las caras. Porque quien ama los libros los cuidará con idéntico celo tanto si poseen la mejor encuadernación del mercado, como si es en bolsillo.

Pero si careces de esa capacidad de análisis, ya puedes tener la Biblioteca de Alejandría entera en el formato más espectacular editado jamás que de nada te va a servir, salvo para aparentar.

El libro, ese objeto extraño: amenaza para los totalitarismos, un artículo que induce a la locura para el vulgo, un depósito de conocimiento, reflexión, esparcimiento, un objeto, incluso, utilizado para presumir, cuan fetiche de vanidad.

Vuestro Scriptor.