jueves, 28 de febrero de 2013

POISON IVY


Su porcuno rostro, socarrado por las flamas de la envidia y los celos, era un blanco ideal, aun enloquecedor, para hincarle, sin parar, un punzón. En especial en los ojos. En ellos centelleaban las rencorosas luces del interior de su alma, destellos que admitían su imposibilidad de estar a la altura. Y, por tanto, debía destruir DESTRUIR como fuese la obra que tanto odiaba, doloroso espejo que recordaba su incapacidad. Por lo menos, creía ofuscado, estarían a la par: yo, nada, tú tampoco.

Esa deliberada maldad, fruto de su pequeñez, desnudaba ante todos su pútrido espíritu, la verdadera naturaleza de su persona. Por fin le veían tal cual era, mezquino, arrogante, vacío presuntuoso, depósito de bajas pasiones sin ninguna virtud, tan débil de carácter (nulo, en realidad) que sólo haciendo daño podía sentirse sosegado.

—Un microcuento (muy en boga, últimamente) estilo noir para el fin de semana. Entre tanto, ¡Terhli tiene problemas!

Vuestro Scriptor.
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