Una pequeña anécdota personal. Cuando tenía cinco, o seis años, mi padre, que fue quien me alentó a empezar a dibujar a edad aún más temprana (él estudió delineación, tenía nociones artísticas, pero el momento no le permitía terminar esta formación, porque había que trabajar para mantener la casa; una historia como otras tantas mil), una tarde de paseo dominical, nos llevó a contemplar un enorme edificio cuya azotea estaba coronada por un gran letrero de CRUZCAMPO. Aquél rótulo, que aún existe, lo había hecho él, y así me lo dijo.
Entonces, aun a esa edad, sentí que yo no podía ser menos. Si mi padre había inscrito su nombre en la historia de la ciudad, aunque fuese de ese modo (en realidad, lo extendió en otros muchos anuncios, que hoy han desaparecido porque han cerrado esas empresas), era mi obligación continuar su estela. Ignoro si lo he conseguido, si estoy en la senda, sé que lo intento, pero siempre constituye un acicate importante para mí.
Dejar huella. Ser recordado por grandes cosas. Por buenas grandes obras.
Vuestro Scriptor.
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