Los escritores nos llevamos considerable tiempo dándole vueltas al asunto, manoseando adjetivos y diccionarios, del tipo que sean, en pos de LA PALABRA (o un juego tan eficaz como contundente de ellas) que definan el término. El ejercicio puede dejar un considerable montón de papeles emborronados y tinta desperdiciada hasta encontrar una (pálida) clave confortable que les permita al amanuense, y al lector, sentir que están contemplando LA IMAGEN iluminada con suavidad por el marfileño resplandor del alba triunfante dorando tu piel, adormecida amada.
Los dibujantes (artistas, pintores, retratistas…) andan en similar búsqueda implicados, teniendo algo más de suerte por lo de que ‘una imagen vale por mil palabras’. Depende mucho del talento del que se bate en este duelo conseguir, o no, el tan anhelado resultado. La Historia de la Pintura derrochará ejemplos que consignen el éxito del autor al respecto. Ni lo dudo, como tampoco lo discuto.
Sólo necesité una ojeada a la fotografía que encabeza esta entrada para sufrir una epifanía, comprendiendo que esto es la sensualidad. Dejaos de Santos Griales, de romperos el coco con la gramática, de pesquisar en innumerables bosquejos LA IMAGEN. Aquí está. Con ella, la BENDITA BIANCA BEAUCHAMP (¿comprendéis por qué la admiro?) confirma que no sólo es la reina del látex, sino la emperatriz de la sicalipsis, capaz de insinuarlo todo sin mostrar (casi) nada.
Te pone los engranajes craneales a funcionar Funcionar FUNCIONAR y te obliga a dedicarle una respetuosa salutación por el resultado conseguido.
Vuestro Scriptor.
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